lunes, 6 de julio de 2009

Golpe de Estado en Honduras

Antes de la movilización Micheletti ofreció al mundo un diálogo de buena fe

Dispersa el ejército marcha de apoyo al presidente Zelaya; dos muertos

Un contingente vitorea a la policía mientras grita ¡asesinos! a los militares

El gobierno de facto adelanta el toque de queda

La televisión oficial difunde programas en contra de Chávez

Arturo Cano
Enviado

Tegucigalpa, 5 de julio. El anciano tiene las manos tintas de sangre, rabia en los ojos y cuatro dientes. Hace cinco minutos un muchachito cayó a su lado, herido de muerte. Yo lo levanté, yo lo levanté y está muerto, repite a todos Juan Angel Antúnez Antúnez, cuya ropa toda es una mancha de sangre. Y lo dice ahí, detrás de la malla ciclónica de la base de la fuerza aérea Hondureña, con los soldados que acaban de disparar a unos pasos: ¡Tengo 73 años, pero los güevos bien puestos!

Quince minutos antes de las cuatro de la tarde, hora anunciada para el arribo del presidente José Manuel Zelaya Rosales, varias decenas de miles de sus partidarios lo esperan, repartidos en todo el perímetro del aeropuerto internacional de Toncontín, concentrados sobre todo en las entradas.

Cae un jovencito

La policía nacional les ha permitido llegar hasta ahí. Una parte de los manifestantes se pega a la malla ciclónica y comienza a zarandearla. De pronto, un tiro. Y comienzan a volar latas de gas lacrimógeno que los zelayistas devuelven, acompañadas de piedras y botellas. Más tiros, primero espaciados y luego continuos, de fusiles M-16. La gente corre para alejarse de la valla, con excepción de jóvenes osados que se parapetan en la barda del mirador para seguir lanzando piedras a los soldados. Juan Ángel Antúnez está en un mirador donde, en días normales, los hondureños miran despegar y aterrizar las aeronaves. Ahí cae el jovencito a su lado, con un tiro en la cabeza. Varios testigos al lado del anciano dicen que francotiradores dispararon desde los edificios aledaños, especialmente de uno de oficinas de la fuerza aérea. Por eso le dieron el tiro por atrás, porque él estaba de frente a los soldados, dice un muchacho.

Apenas hace una hora, grupos de manifestantes refugiados en los restaurantes aledaños han visto al presidente de facto, Roberto Micheletti, decir en cadena nacional de radio y televisión que su gobierno ofrece al mundo un diálogo de buena fe, además de denunciar movimientos de tropas de Nicaragua hacia su país. “No quiero que se derrame una sola gota de sangre del pueblo hondureño… hay soldados en las calles para evitar esas confrontaciones.”

A los primeros tiros, en medio de la corretiza, algunos gritan: ¡Son salvas, son salvas, no corran! La gente trata de ocultarse detrás de los autos estacionados frente a un restaurante de comida rápida. Ahí comienzan a llegar los heridos, las ambulancias, los gritos de desesperación. Con un joven desvanecido a sus pies, una mujer clama con la mirada al cielo: Padre santísimo, ten misericordia de este pueblo que está en una lucha justa.

Andrés Pavón, defensor de los derechos humanos, trata de reanimar a un jovencito desmayado, cuando llega hasta él un hombre bañado en lágrimas: ¡Le pegaron un tiro, un tiro en la cabeza a un cipotillo que yo traía!

El hombre de las lágrimas y Pavón intercambian datos: el joven muerto era de Catacamas, en el departamento de Olancho, de donde es originario Zelaya, y tenía 17 años. Terror, lo que quieren es crear terror, dice Pavón.

Se habla de dos, tres muertos, aunque más tarde la Cruz Roja confirma un fallecido, el cipotillo, y una decena de heridos. Un oficial de la policía nacional, de apellido Mendoza, quien ha negociado con los manifestantes desde el sábado, confirma dos muertos y dos heridos y también que la policía no ha disparado, han sido los militares.

En el asfalto quedan la sangre y restos de masa encefálica, pero los jóvenes zelayistas no se van del lugar. Van de un lado a otro mostrando casquillos y mentando madres a los soldados que los miran a unos 20 metros de distancia.

José Antonio Reyes muestra el esqueleto calcinado de su motocicleta. Siete impactos de bala la hicieron arder. A su alrededor los jóvenes se reagrupan y comienzan un nuevo coro dirigido a los militares: ¡Asesinos, asesinos!

En medio de la confusión, de los gritos y el olor a gas lacrimógeno, un contingente de la policía se acerca desde el fondo de la calle. La gente se abre y comienzan los gritos: ¡La policía está con nosotros! ¡Vayan a poner orden! Por difícil que sea de creer, los policías son héroes para los zelayistas. Hay una lluvia de aplausos. Y más gritos: ¡Tenemos muertos, tenemos muertos! ¡La policía está con el pueblo! Es de suponerse a qué escenas se refería el Wall Strert Journal cuando calificó de extrañamente democrático el golpe de Estado hondureño.

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Miles de personas marcharon por segundo día consecutivo al aeropuerto Toncontín de la capital hondureña para apoyar el regreso del presidente constitucional Manuel Zelaya, pero soldados dispersaron la concentración por la fuerzaFoto Reuters

Hace menos de dos horas Roberto Micheletti había presumido: No hemos reprimido absolutamente a nadie. Y ha vuelto a congratularse de su gran logro con el toque de queda: Nos ha alegrado mucho que la violencia ha disminuido en las calles.

Después de la balacera, de los muertos y heridos, los medios del país son encadenados otra vez: sólo para repetir la rueda de prensa del presidente de facto y sus funcionarios, y también el mensaje del cardenal Andrés Rodríguez, quien pidió el sábado a su amigo José Manuel Zelaya no regresar a Honduras.

Repartidos en todo el perímetro del aeropuerto, muchos de los miles de manifestantes no se percatan del tiroteo. Se enteran por radio Bemba o Radio Globo, la única estación que transmite, cuando no la sacan del aire, la versión de los zelayistas.

Entonces, andar por la manifestación es escuchar por todos lados rezos y gritos de indignación, pero también de rabia: ¡Qué movimiento pacífico ni que mierda, así nos van a matar a todos!, se desgañita un hombre montado en una motocicleta.

La señal de cable, donde los hondureños pueden ver los canales internacionales que difunden información e imágenes que los locales ocultan, desaparece intermitentemente mientras dura el episodio del aeropuerto.

Lo que resulta imposible de ocultar es el avión que sobrevuela durante largos minutos, en círculos, el cielo de Tegucigalpa. En la aeronave, de matrícula venezolana, viaja el presidente Zelaya. Al ver el avión, los miles de simpatizantes del presidente que permanecen en las inmediaciones del aeropuerto estallan en júbilo. ¡Viene Mel, viva Mel!, gritan.

Para entonces, sin embargo, la pista de aterrizaje ha sido ocupada por camiones militares.

No volverá, pase lo que pase

He ordenado que no se le permita regresar, pase lo que pase. No podemos permitir esta temeridad, que muera un presidente de la república, que resulte herido un presidente de la república, que muera cualquier persona, había dicho, desde temprana hora, el canciller del gobierno de facto, Enrique Ortez.

Desde el aire y antes de llegar al espacio aéreo hondureño, José Manuel Zelaya habla con la cadena Telesur: Están impidiendo al aterrizaje, están amenazando con enviar aviones de la fuerza aérea.

El avión, donde también viaja el presidente de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, Miguel D’Escoto, se va rumbo a Managua. “Si tuviera un paracaídas…”, dice Zelaya antes de despedirse en la entrevista desde el aire.

Acto seguido, el gobierno de Micheletti encadena nuevamente radio y televisión, primero con imágenes bucólicas de Honduras, acompañadas de música garífuna. Luego, con la bandera de fondo, una voz grave informa que el gobierno ha decidido adelantar el toque de queda para las seis y media de la tarde. La cadena ocurre al filo de las seis, lo cual deja escasa media hora a los manifestantes para abandonar las inmediaciones del aeropuerto y encerrase en sus casas.

No nos vamos, el hombre tiene que regresar en las próximas 48 horas, dice uno de los dirigentes de la resistencia quien define a los zelayistas, como expertos en la toma de carreteras y afirma que no les dejan otra salida que intensificar sus acciones.

Las televisoras y las radios encadenadas repiten la rueda de prensa del gobierno de facto, y también la ofrecida ayer por los obispos hondureños, en apoyo a los golpistas.

Terminada la repetición, en el 8 de televisión, gubernamental, se da paso a un programa de una organización venezolana llamada Fuerza Solidaria, que no sólo destroza a Hugo Chávez, sino también a su oposición, a la que acusa de hacerle el juego electorero al presidente venezolano: “No ha habido ni habrá salida electoral mientras Chávez siga en el poder… ¡El comunismo jamás triunfará en Venezuela!”

Hacia las ocho de la noche, cuando la ciudad se vacía y la cadena CNN informa en vivo desde esta ciudad, su señal se esfuma nuevamente. Se da paso a una nueva cadena, esta vez a cargo de Héctor Iván Mejía, vocero de la policía nacional: dice que las manifestaciones de apoyo a Zelaya se volvieron agresivas y derivaron en un enfrentamiento con resultados no constatados. También hace un enérgico llamado, a nacionales y extranjeros, de abstenerse de promover el desorden. Finaliza el comisionado de policía: Dios bendiga a Honduras.

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