lunes, 27 de julio de 2009

Ligeramente desenfocado se publica por primera vez en castellano, en España

Reúne libro imágenes y textos de Robert Capa sobre la Segunda Guerra Mundial

Se concibió como guión cinematográfico; incluye 130 instantáneas del fotógrafo húngaro

Foto
Endre Friedmann era el nombre verdadero del, quizá, más famoso fotógrafo de guerra, Robert Capa. Arriba, la polémica imagen La caída de un miliciano, que forma parte de la exposición ¡Esta es la guerra! Robert Capa, que se presenta en el Museo Nacional de Arte de CataluñaFoto Ap
Armando Tejeda
Corresponsal

Madrid, 26 de julio. Robert Capa es, posiblemente, el fotógrafo de guerra más conocido y admirado en la historia de su oficio; sus instantáneas capturaron no sólo la emoción y el desgarro del infierno creado por y para los hombres –la guerra–, sino también se caracterizan por estar siempre cerquísima, casi piel con piel, del protagonista.

Ligeramente desenfocado (Editorial La Fábrica) es un libro –hasta ahora inédito en español– en el que el fotógrafo húngaro reflexionó y divagó sobre una de sus trabajos más importantes: la Segunda Guerra Mundial, incluido el audaz desembarco de las tropas aliadas en Normandía, en junio de 1944.

Cinco guerras en 41 años

Robert Capa es el seudónimo de Endre Friedmann, húngaro nacido el 22 de octubre de 1913 en el seno de una familia judía de clase media, que para sobrevivir atendía una sastrería. Por azares de la vida, Capa siempre estuvo relacionado con asuntos políticos –era militante de la izquierda revolucionaria de Hungría–, por lo que fue expulsado de su país, entonces, bajo el dominio del régimen protofascista de Miklós Horthy.

Capa viajó a Alemania, en donde trabajó en una agencia de fotografía, ya que meses antes abandonó la carrera de periodismo por falta de dinero.

De recadero de la agencia se convirtió pronto en aprendiz aventajado, pero de nuevo su ascenso en el mundo de la fotografía se vio interrumpido por el arribo del fascismo. Las huestes de Hitler avanzaban imparables y, por tanto, para un fotógrafo como él –de origen judío, que vivía con una mujer también judía– en Alemania era un peligro. Así que de nuevo hizo las maletas y empezó su primer periplo por la Europa de entonces, rodeada de tensiones y crispaciones, de conflictos a punto de estallar o ya plenamente avanzados, como la Guerra Civil española (1936-1939), el primer conflicto que Capa captó con su cámara.

Fotografió en su corta vida cinco guerras: la española, la resistencia de China contra la invasión japonesa, la Segunda Guerra Mundial, la primera guerra árabe-israelí (1948) y la primera guerra de Indochina. El 25 de mayo de 1954, tras pisar una mina antipersonal, murió.

Ligeramente desenfocado fue escrito para ser guión cinematográfico, pero a la postre se convirtió en documento histórico de enorme valía, ya que en las largas horas de traslados, ya sea en barco, en avión o por carretera, Capa escribió sus impresiones, los nombres de las personas que conoció en sus andanzas, así como sus reflexiones sobre la guerra. La edición española cuenta además con el texto y 130 fotografías del genio húngaro de la lente.

Salió de Nueva York, con el encargo de cubrir la Segunda Guerra Mundial para la revista Collier’s: “Llegué a Argel en un buque de transporte de tropas, con una división escocesa que aún no había pisado el frente y que iba como refuerzo para la campaña de primavera, cuyo objetivo era la toma de Túnez, largamente retrasada… En aquella ocasión, nadie quiso quedarse con mis cámaras, ni cuestionó mi existencia, ni pidió mi pasaporte. El oficial de relaciones públicas de Argel me dijo que el frente estaba a cientos de millas de distancia, en las montañas de Túnez. En cualquier momento tendría lugar una gran ofensiva. Me proporcionaron un jeep, una esterilla y un saco para dormir y un conductor, con el que partí enseguida. Yo esperaba alcanzar los combates a tiempo…”

Sin rastro de aburrimiento

En su periplo de búsqueda de instantáneas que registraran el drama de esta guerra, Capa explicaba en sus escritos: “Encontramos muchos combates antes de llegar al frente. Los cazas alemanes ametrallaban la carretera y cada pocos minutos debíamos parar el jeep y saltar a alguna trinchera para guarecernos. Hubo muchas emociones, pero no hice ninguna foto…” O cuestiones banales, pero curiosas de aquellos días de espera: Tras la caída del sol, regresamos al campamento de prensa. Los corresponsales mecanografiaban sus textos y yo enviaba mis fotografías. Nadie comentó los sucesos de la jornada. Bebimos vino argelino y hablamos de las mujeres que nos esperaban en casa. Todos describían a la propia como la más maravillosa y apasionante del mundo, y siempre se sacaban del bolsillo un borroso retrato para probarlo. Yo sólo les decía que mi chica tenía el pelo rosa.

En un apartado del libro, Capa narró uno de sus testimonios de una acción de guerra: “Una vez posicionados sobre el objetivo, la calma desapareció y el ambiente comenzó a caldearse. Los disparos de los antiaéreos zarandeaban el avión; las nubecillas negruzcas que dejaban los proyectiles formaban un lecho sobre el que nos deslizábamos. Mantuvimos la formación hasta estar situados justo a la altura de los barcos, sobre los que de inmediato empezamos a dejar caer nuestros regalos. Entonces, se oyó a Bishop gritar por la radio: ‘Alto y bajo’, y la formación se rompió. El avión hizo un brusco viraje, picó y ascendió de nuevo, dejando atrás las columnas de humo negro y los barcos en llamas. Volamos raso sobre el mar, nos quitamos las botellas de oxígeno. No quedaba rastro del aburrimiento. Bromeamos, visiblemente aliviados”.

Testimonio del Día D

Capa también rememoró su entrada a Italia, tras la firma del armisticio: “No encontramos resistencia alguna por el camino y nos detuvimos únicamente para preguntar si la carretera seguía siendo segura por delante de nosotros, para tomar un trago de vino o quizá besar a una chica.

En Pompeya, uno de los soldados habló con emoción sobre los dibujos guarros que había pintados en las paredes de las ruinas. Decidimos romper filas y, conducidos por dos guías turísticos italianos, visitamos las ruinas por un precio de dos liras por barba. Los hermosos frescos, que ilustraban el arte del amor visto por los romanos, eran fáciles de entender y muy apreciados por los invasores. Dimos propina a los guías y continuamos nuestro camino rumbo a Nápoles.

Uno de los fragmentos más intensos es el que cuenta los días previos al Día D, cuando Capa estaba en Londres, ya en el año 1944: “Los rumores de invasión y la llegada de personalidades iban in crescendo. Uno de los últimos en unirse a The Little French Club, escondido tras una barba gris parduzca, fue Ernest Hemingway. Tenía aspecto desastroso, y sólo mirarle cansaba nuestros ojos agotados, pero yo me alegré enormemente de verle de nuevo. Nuestra amistad databa de los buenos tiempos. Nos habíamos conocido en 1937, en la España republicana, cuando yo era aún un joven fotógrafo freelance y él ya un escritor famoso…”

El libro, que también cuenta sus impresiones sobre el desembarco aliado o la entrada a París tras su liberación, finaliza con una contundente reflexión de Capa: La guerra ha terminado en Europa. Ya no tengo motivo alguno por el cual levantarme cada mañana.


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