domingo, 23 de mayo de 2010

Carta de solidaridad de G. Dimitrakis



A la sociedad de la mentira y la hipocresía, de la puñalada por la espalda y de la traición. Ahí donde las relaciones humanas se conforman basadas en el interés y la explotación, en el estrecho contexto de selecciones coercitivas, el plazo de crearse decentes y puros lazos de solidaridad social o política se está peligrosamente acabando. Y si muchas veces el interés y la vanidad generan una masa compacta en ruta común, entre amos, élites económicas, grupos políticos y otras pequeñas agrupaciones, creando la falsa ilusión de un frente macizo, otras tantas veces ha sido demostrado que siempre que todos estos se encuentran bajo circunstancias apremiantes y particularmente negativas con la posibilidad del derrumbe avecinándose, la aparentemente fortísima materia conjuntiva que ha creado estos vínculos, retrocede de golpe dejando atrás una chusma de infrahumanos, donde cada cual se salva el pellejo, no dudando en entregar su compañero hasta hace poco tiempo al hace poco tiempo enemigo común.

Para mí, teniendo ya 32 años, con las experiencias que tengo y con el juicio que he desarrollado, es indudable que desde siempre una de las armas más valiosas y más fuertes de los hombres que luchan contra el mundo de los amos, esperando un mañana justo y libre, era y es la solidaridad.
Una solidaridad que no se reduce ante la represión, sino al contrario, se despliega con decisión. Que no llora sino ataca. Que no olvida sino rinde honores con su memoria.

Esta solidaridad la he experimentado durante los casi 5 años que estoy rehén del Estado, y es ella la que en gran medida me ha endurecido frente a todas las vicisitudes que haya confrontado como anarquista y como preso.

Desde los eventos de solidaridad y las marchas de apoyo, las ocupaciones de emisoras de radio y la multitud de folletos informativos, hasta las acciones incendiarias y con bombas contra blancos estatales y financieros.
Desde Grecia, España, Alemania e Inglaterra, hasta Argentina y México, las ideas, los principios y los sueños comunes han montado una red de solidaridad dentro de la cual me siento feliz de estar.

A todos y todas los que han estado a mi lado todos estos años de mi reclusión, y siguen dándome ánimo y coraje, comoquiera que puedan, para que me mantenga en pie frente a todos los mecanismos estatales, siento que debo una parte de mí.

Saludo pues y doy las muchas gracias a todos/as los/las compañeros/as, que en el ámbito de la red de solidaridad local e internacional que se está formando y reforzando constantemente durante los últimos años y penetra fronteras y distancias, han considerado y estimado que merece la pena arriesgarse hasta su propia libertad a fin de edificar un fuerte bancal y un contrapeso político a las agresiones del Poder y las decisiones que se vuelven contra mí.

Antes de que el sol amanezca definitivamente y haga desaparecer la oscuridad que nos tiene todos envueltos, los fuegos dispersos que cada vez más a menudo emergen y se ven en los lugares más lejanos e inesperados, alumbran los puntos y las rutas imperceptibles que traza la conciencia rebelada mundial. Es inevitable que mi mente y mi alma estén completamente con ella.
Ningún luchador rehén en las manos de las modernas élites del poder y económicas
Libertad a los que estén encarcelados

Con saludos de lucha, G. Dimitrakis
Cárcel de Domokós, Grecia
3 de mayo de 2010

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