domingo, 23 de mayo de 2010

México: ¿Discursos de odio?...los del poder

En San Juan Copala, Oaxaca, hay una comunidad indígena triqui, sitiados, amenazados por las balas de la UBISORT, pero es a quienes difunden su palabra a quienes se tacha de hacer “hate speech”


Más de 22 dos mil o 23 mil muertos son los que van en este sexenio, el de Calderón y su militarización del país, la mayoría de ellos jóvenes. La inmensa mayoría murieron por una causa que no es la suya, porque las guerras así son, los poderosos se disputan intereses: territorios, riquezas, poder, hegemonías, y los pobres ponen solamente los muertos.

Cada uno de esos muertos deja una herida en más de una persona, madres, padres, esposas, hijos, hijas, amigos, compañeros. No obstante, pareciera que nadie tiene la capacidad de frenar esa absurda sangría. El poder en México, especie de marioneta de Washington, tiene, él sí, un discurso de odio (hate speech). Repite a la manera de la Reina de Alicia en el país de las maravillas: “Que le corten la cabeza”.

Cada vez más, cada mexicano siente rondar la muerte violenta más cerca de sí. Y la mano que asesina es aparentemente anónima. Los medios de masas, siguiendo un patrón de lucro, mercenarismo y sensacionalismo, aumentan el terror y la confusión. Ellos sí esparcen discursos de odio contra un enemigo inasible que sería combatido sólo con la permisión total para que los grupos armados del Estado maten, violenten, sin la “incomodidad” de los derechos humanos. ¿Cuántas veces hemos oído a Pedro Ferriz de Con y a otros líderes de opinión burlarse de los defensores de derechos humanos o acusarlos de ser defensores del crimen? ¿Cuántas veces hemos visto a plumas y voces como la de Carlos Marín burlarse incluso de la CNDH, porque al reconocer violaciones de derechos humanos en mayo de 2006 en Atenco se vio, según el opinólogo, “como una vulgar oenegé”?

No han habido duelo, ni reflexión, ni llamados a la conciencia por casi ninguno de los 22 o 23 mil muertos del sexenio. Sus fotografías han dado de comer a reporteros gráficos, empresas periodísticas, académicos que hacen discursos sobre el asunto. Sus asesinos son entrevistados a veces por periodistas de prestigio como Julio Scherer para engordar el prestigio y el glamour de una figura y, quizá, lleguen a formar en las páginas de su próximo best seller.

Cuando ocurren tragedias como el asesinato de Bety Cariño y Jyri Jaakkola, muertos por las balas de los paramilitares del grupo priista UBISORT, los medios no le dan seguimiento o lo hacen de una manera racista, amarillista, sensacionalista, acusando a los triquis de violentos, esencializando a una etnia “salvaje” y ocultando la clara complicidad del gobierno de Ulises Ruiz Ortiz con los asesinos.

Los medios que lo han reportado de una manera más cercana han sido también víctimas de la agresión, como Contralínea (http://www.contralinea.com.mx/). Pero en muchos lugares no tienen distribución y solamente alcanzan a ser leídos por una minoría.

Por ello el cinismo prepotente de Ulises Ruiz al advertir y amenazar implícitamente a quien participe en la próxima caravana humanitaria “Bety Cariño y Jyri Jaakkola”, convocada por el municipio autónomo para el próximo 8 de junio, que “no vayan” porque “no hay condiciones”, especialmente para los extranjeros. Viniendo de quien desató la represión contra el pueblo de Oaxaca en 2006 y quien ha permitido que los paramilitares de la UBISORT pongan un estado de sitio, un cerco armado, a San Juan Copala es, prácticamente, una amenaza.

Cuando la embajadora de México ante la Unión Europea, Sandra Fuentes-Beráin fue cuestionada por eurodiputadas finlandesas preocupadas por el homicidio de su paisano, el joven defensor de los derechos humanos y ambientalista Jyri Jaakola, la funcionaria les contestó cínicamente que “en México no existen paramilitares” y que no era creíble su fuente de información: el semanario Proceso.

Ni ella engañó a los europeos ni Ulises Ruiz logra engañar a nadie con su aparente preocupación por la “inseguridad” en la región triqui. A través de medios libres, alternativos, aunque sea para el pequeño porcentaje de población que se asoma a la internet, se ha documentado la culpabilidad de los paramilitares y la mano que los mueve: el poder caciquil priista de Oaxaca.

Lo curioso es que en México, como en otros lugares del mundo, discursos de odio homófobos, racistas, misóginos, clasistas, rayanos en el fascismo, se toleran y aún se promueven en la televisión, en la radio, en internet, en los impresos, pero cuando alguien critica al poder son él, ella o ellos, los críticos, los tachados de radicales, extremistas. Y a ellos se les reprocha su presunta intolerancia o incluso la infamia de “hate speech”: discursos de odio.

En San Juan Copala, Oaxaca, hay una comunidad indígena triqui, es decir una comunidad humana, niños, niñas, ancianos, hombres y mujeres sitiados, sin agua, luz, servicios escolares ni médicos, sin víveres, resistiendo dignamente, defendiendo su autonomía, amenazados por las balas de la UBISORT, pero es a quienes difunden su palabra a quienes se tacha de hacer “hate speech”.

Cuando el 30 de abril una pequeña pero significativa manifestación, en su mayoría estudiantes, marchó por calles del centro de Xalapa en solidaridad con Copala y con la caravana humanitaria emboscada tres días antes, algunas personas veían que se trataba de Oaxaca y comentaban que debían ser “revoltosos” de la APPO. El discurso de odio del poder ha permeado en muchas mentes. Así se explica que después de más de 22 o 23 mil muertos, en solamente este sexenio, no exista en México un fuerte y sano movimiento civil, nacional, por el fin de esa violencia y la defensa de la vida de los mexicanos. Ahora más que siempre, defender la vida de una de estas personas y comunidades amenazadas es defender el propio futuro.

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